jueves, 26 de septiembre de 2019

Confesión Y

Esta es la carta que nunca me atreveré a enviarte, pero que, de una manera u otra, espero que te llegue.

Hoy me desperté pensando en ti.

No es algo que suceda habitualmente -de hecho no ocurre casi nunca-; pero por algún motivo que  desconozco, hoy lo primero en lo que pensé al despertarme fue en tu nombre. Apareció en mi mente de una manera tan inconsciente que parecería que fue él el que vino a buscarme.

En eso consistió la primera mitad del primer segundo de mi día.

Inmediatamente después vino a mi la mejor representación de ti que mi mente fue capaz de recrear, y aun siendo consciente de que la imagen de la que disponía solo era una versión aproximada de tu rostro -y que conscientemente no podría mejorarla-, me provocó una sensación cálida, justo antes de romperse como un cristal (y a mi con ella).

Lo siguiente en lo que pensé (y esto diría que constituyó la segunda mitad del primer segundo de mi día) fue en el sentimiento que me provocaba, y en lo mucho que se asemejaba a una inundación.

En definitiva, fue como si mi cuarto se llenase de agua helada en un segundo, y yo invirtiese mis últimos momentos de conciencia para pensar en ti.

No creo que este sentimiento tenga nombre en ninguna de las lenguas que conozco, pero no creo que una persona debiese ser capaz de sentir tanto tan de repente y tan de golpe, de igual manera que tampoco creo merecerlo. No a estas alturas. No de una forma tan gratuita.

Y si esto ha pasado hoy, ¿por qué no va a volver a pasar mañana, o dentro de un año, o dentro de diez?

Y por eso hoy te escribo esta carta: porque siento rabia; porque hoy tu nombre vino a verme sin permiso; porque, aún sabiendo que no puedo culparte de nada, tu recuerdo me ha atacado y me ha dejado sin respiración por un lapso de tiempo que se me hizo eterno; y me ha venido acosando desde el primero de los momentos de mi día; y llevo buscándote en las caras de la gente desde las nueve de la mañana, viendo frustrado cada intento desesperado de encontrarte, y sintiéndome como un fantasma con asuntos pendientes.

Quizás esto solo sea una carta que nunca envíe, que haya escrito con la única intención de sacarme espiritualmente, para guardarla y no leerla nunca más; o quizás sea un intento patético e inútil de que sepas como me siento, de que me leas y me reconozcas, de que entiendas el rincón que ocupas en mi mente, independientemente de que no quede espacio para mí en tu vida desde hace tiempo. Tal vez incluso tenga la estúpida esperanza de que la encuentres y vengas a buscarme.

Quizás todas las anteriores sean cumulativas, pero en cualquier caso, soy rotunda con lo siguiente: esto ni es poesía, ni es nada. Esto es una mierda.