Seguramente
no envíe nunca ésta carta.
Está
llena de sangre seca y de heridas mal cerradas.
Por
favor, no leas ésta carta,
que
está muerta
y
destrozada
y
no encuentra nada nuevo que contarte.
No
sabrá compensarte,
ni
consolarme,
ni
bañar de luz tus calles.
No
sabrá recitarte los versos
que
yo llevo buscando tanto tiempo
para
explicarte lo asumido que te tengo.
Y
sin embargo,
quisiera
descifrarte
y
preguntarte si se puede mentir con los ojos.
Quisiera
sonreírte
y
cantarte lunas hasta que te quedases dormido.
Quisiera
valer más que las sábanas
que
hoy te envuelven a tí sólo
y
explicarte lo que supone que existas
una
vez definidos milagro y poesía con tu nombre.
Podría
acompañarte
siempre
que pasases por debajo del cielo
y
evitar la decadencia en tu piel.
Por
favor, no rompas ésta carta.
Por
una vez busca no salvarte.
Ya
que has sido el eje del pasado,
de
los instantes reventados,
dueño
de la tinta que inunda mis entrañas,
de
recuerdos congelados.
Ya
que encuentro la vida en tus ojos,
y
la gracia del mundo cuando ríes.
Ya
que eres la paz más etérea,
la
sombra de algo que nunca fue del todo.
Ya
que eres el relieve que me hace,
las
manchas que me surgen,
y
la aguja que me crea.
Píntame
el mundo de un color claro,
de
horas sin sombras,
de
guerras sin muertes,
de
versos sin fecha.